sábado, 26 de junio de 2010

LA RUTA DE LAS ALGAS






CANTO I

Sentada, mirando al infinito,
penetro el silencio
desatando minutos,
y un continuo galopar de imágenes
levantadas del olvido
me acosan la frente.
Cruzan rostros masticando diálogos
que no alcanzo a comprender,
ecos burlones en el ritmo
de miradas circulares,
y un capítulo de angustias
que abre y cierra sus pétalos siniestros.
Atisbo, escucho…
y al final del túnel no vislumbro
soles ni estrellas,
sólo sombras de sombras,
y un tronar con ribetes umbrosos
martillando las ráfagas del grito

CANTO II

Es hora de gnomos…
la maleza inquieta abre y cierra sendas.
Elásticas, las cañas doblegan su esbeltez
al viento, caracol en ascenso,
mientras la marea crece tejiendo
( y destejiendo grecas.
Es hora de gnomos…el mutismo imperante
presagia intentos.
Luna esquiva y estrellas ajenas
favorecen las sombras;
pupilas al acecho aguijonean el silencio
y se palpan bocas aceradas
dispuestas al vómito, aliento reprimido,
músculos tensos y una frágil barcaza
que se agita en desvarío.
La escena se repite al son de los mismos acordes.
Al final del acto se vitorea,
se entonan trenos.
No existe pregunta ni respuesta.
Es aún temprano. Faltan las horas
y no se puede predecir el canto.

CANTO III

Allá, en las dunas,
la sal retuerce su piel
entre dédalo de huellas.
Bajo un furor de botas,
la mesnada, sudorosa,
eclipsa la verticalidad
del ramaje.
Mastines y mochuelos
se discuten el silencio,
y cobrando horizontes,
elegíacas palomas,
cortan el espacio
al compás del tumbo marino.
El sueño ha muerto…
pupilas incisivas escudriñan el éter
sin acusar temores.
Detrás quedó el miedo
colgado del último adiós,
y ante lo ignoto,
cierra su primer capítulo
la homérica jornada.

CANTO IV

Sopla el terral….
metálicas fauces acallan su tronada,
zarpando el sueño entre el confuso repique
de saetas y anatemas.
Más altos que remos se elevan los brazos,
y el clamor irrumpe
queriendo alcanzar el infinito.
Jadeantes cúmulos
estiran límites inciertos
y entre silbos y bramidos
ennegrecen la techumbre.
Catapultas fantasmas guerrean,
sus dardos filosos, presagiando la estampida,
ahondan cicatrices
en las espaldas de la noche.
Luceros rezagados repliegan sus ascuas
abriendo los grifos,
turbión obre las palomas.
La marea enloquecida,
quiebra ritmos y brújulas,
y entre cimas y cuencos,
barca y sueño, proa y popa,
escalan riscos y descienden, vertiginosas,
los repechos de las crestas.
La paloma, vuelo detenido,
picotea las raices del silencio.

CANTO V

El alba desata
la fuga de las sombras
y a su amparo, rosicler y turquesa,
juguetean con la espuma
coloreando escamas.
Los ecos del viento palidecen
encadenando distancia al horizonte.
Rezagadas, las crestas intentan calma,
y un badajo de sol
quiebra luces sobre la superficie.
En los abismos,
paloma decapitada,
irrumpe en el cardumen
navegando su viaje
definitivo hacia el coral.

CANTO VI

El mar sonríe, caracolea,
en sus abismos se hace la luz.
Corales nuevos bordan
nacarada cuna,
y las algas hilan pañales
para mecer las mejillas
de un sol recién nacido.
Está dormido el sol…
¡Ved cómo duerme!
Sus párpados entornados,
cierran la flor,
guardando un universo de juegos y colores
que apenas empezó a latir.
Rondas amigas tejen los peces
y allá, en las cumbres,
la espuma libre,
ensaya al sol
su cristalina canción de cuna.
El sol está dormido,
este niño sol
dormirá siempre.

CANTO VII

Mar e infinito dialogan pesadillas
acuñadas en las noches
sobre la piel húmeda del éter,
sobre el salobre de leños y huesos
detenidos en el abismo.
La inánime memoria
revive los bárbaros vientos,
y en confusas mareas,
aguas torturadas,
destemplada fauna, leños retorcidos,
ángeles y cuerpos, se queman
entre la ruptura de las olas.
El oído insomne de la Tierra
redobla los ecos del treno…
Un gemido se alarga y recrudece
desgarrándole la entraña,
y un tintinear amargo
abre surcos entre pupila y labio.
En la margen ajena
manos y asombro recogen,
en apretada síntesis,
la barca y el mutismo.

CANTO VIII

Más allá de las olas
vecinos descreídos, inmutables,
reciben mis barcas esquilmadas.
Un cansancio de siglos
los maderos rinde,
y los hombres, descarnados,
miran a través del hueso.
Días convulsos dilataron órbitas;
las alas, rotas, el remo resienten,
y la palabra toma vía
de índice acusador.
Mi vecino no me cree,
mi vecino tan cerca y tan lejano…
la mudez invalidó su lengua.
Nadie entiende mi orilla desolada,
nadie se atreve a abrazar mi presente
como si alma y cuerpo tuvieran
tallados en piedra.
El cilicio reajusté a mi cintura
y en el yermo, junto al cuerpo del héroe,
enterré la inocencia.
Contra muros añosos mi bramido se rompe,
devolviéndome el eco
mi propio rito ahogado
cabalgando el silencio.

CANTO IX

Y…?Quién dice que no puedo soñar?
¿Qué el horizonte me cerró las puertas…?
Pues no importa,
seguiré navegando la ruta de las algas.
Mientras el fuego me calcine el pie
y el aire enrarecido me sofoque;
mientras la luz se quiebre
en este vértigo de sombras;
mientras me acosen mandatos y mentiras,
mientras me vendan,
mientras me quede un átomo de fe,
mientras detrás de la puerta
me espere un mundo libre;
mientras no se me enquiste el pensamiento,
navegaré hasta el umbral del infinito,
la barca de mi sueño

CANTO X

Cuando baje la marea,
cuando la sal
se haya bebido el agua toda
desnudando el abismo,
cuando el furor de la resaca
incruste en las aristas de la arena
el cúmulo de huesos,
de venas desgarradas, de órbitas vacías,
de dientes carcomidos,
de ángeles estáticos;
cuando los peces te cuenten su festín,
y entre riscos
asomen las barcas inmoladas,
cuando el coral te muestre
el color humano de sus raíces nuevas,
cuando el canto de las olas
se prolongue en lamento
y el libro del mar doble la página,
no podrán negar los descreídos,
los inmutables,
la verdad de la historia.